miércoles, 7 de enero de 2015

Asesinato en Wellington's House (IV)


Fotografía de grupo realizada por Imizel.

Buenas Tardes Ladies and Gentlemens.

Por cuarta estoy aquí con pistas sobre el juego ¿Quién es el asesino de la Noche de Fin de Año de 1888?

Como sabéis, la partida se realizó en la autentica noche de Fin de Año de hace unos días y el grupo de personas arriba retratadas fueron los participantes del juego. Lo primero que quería dejar por escrito es el agradecimiento por prestarse voluntarios a este evento, confiar en mí para sobrellevar una trama y forjar unos personajes; orgullo y felicidad por lo entregados que estuvieron todos con sus respectivos personajes, lo bien que interpretaron y llevaron sus historias personales hasta el final de sus vidas ficticias.

Esta entrada es otra de las enfocadas a Asesinato en Wellington's House. Para los recién llegados (que aún no ha oído hablar del tema) se trata de un juego ideado por mí para la noche de fin de año, que este año se nos antojó temática.

En las entradas anteriores de Asesinato en Wellington's House I, II y III, me centré en presentar a los personajes de la historia como los conocería la sociedad en la que vivían (En el enlace podéis encontrar todas las entradas relacionadas con el juego). Pero en la entrada de hoy narraré lo acontecido en aquella fatídica velada en la mansión de los Wellington.


LA NOCHE DEL 31 DE DICIEMBRE DE 1888

Este era un año especial para la noble familia Wellington. Todos estaban felices y ansiosos por los últimos acontecimientos que habían sucedido en el frío mes de diciembre.

Lord y Lady Wellington
 Hacía unos seis meses hubo un importante robo en el domicilio de la aristócrata familia que los dejó sin las apreciadas joyas heredadas durante generaciones y sin el dinero efectivo de la caja fuerte. Pero el lustroso apellido de Lord Wellington ya venía arrastrando una reputación de despilfarro desde hacía décadas y el cartel de "EN BANCARROTA" lucía colgado en su espalda, aunque fingiera llevar una vida de jactancioso lujo.

Mientras en su casa reinaba la severidad y austeridad más absoluta, el Lord mantenía una segunda vida totalmente opuesta cuando salía al caer la oscuridad y la bruma en las nocturnas calles londinenses. Lord Wellington había fundido la fortuna familiar en mantener a sus amantes, apostar en juegos de azar y frecuentar fumaderos de opio.

Thomas Wellington
Él deseaba continuar manteniendo su libertina forma de vida y tenía las vista puesta en exprimir a sus vástagos para ello, pues su primogénito era un joven honorable y exitoso militar condecorado, y a su delicada y joven hija... bueno, algún provecho podría sacarle cansándola bien.

Lady Coraline Wellington era una dama de buena cuna. Desde niña educada para obedecer a su esposo, luchaba cada día por mantener las apariencias y que el frágil equilibrio que sostenía a la familia, no terminara por derrumbarse. Era una madre entregada que siempre benefició a su único hijo varón: Thomas Wellington, al que siempre envió a estudiar y formarse lejos como un hombre de provecho, fuera del alcance de duras manos de su padre. 

Pero Thomas no era tonto y aunque no estaba mucho tiempo en el hogar familiar le fue fácil descubrir el maltrato de su progenitor hacía las mujeres de su casa, al igual que intuía como su noble apellido y su herencia corrían el peligro de desaparecer. El joven estaba muy pendiente de los movimientos de su padre y no descartaba la posibilidad de acelerar los acontecimientos para convertirse en el siguiente Lord Wellington, si se veía obligado a proteger el buen nombre de su familia.

Elisabeth Wellington
La joven Elisabeth Wellington no gozaba de tantos privilegios como su hermano, pero tuvo una muy buena educación. Su madre siempre puso la mejilla frente a la mano de su esposo por ella y la protegía de sus desprecios por el simple hecho de nacer mujer. Lady Coraline la animó a educarse bien, con el fin de que la joven algún día consiguiera salir de aquella casa y aspirar a una vida mejor que la que a ella le había tocado vivir. Por ello no dudó en contratar a una institutriz nacida en la propia Francia, para que enseñara piano y francés a su hija. 

Elisabeth era admirada por los muchachos y envidadas por las jóvenes inglesas, pues su porte y etiqueta eran exquisitos y en cada velada o reunión siempre le insistían para que los encandilara con su dulce música y su aterciopelada voz.

J. Frank Dalton
Pero Lord Wellington ya había tomado una decisión. Necesitaba dinero para continuar con su ritmo de vida y recientemente a Londres había llegado un extranjero que presumía de ser millonario y poseer bastas propiedades al otro lado del Atlántico, por ello no dudó en acercarse a él y ofrecerle abiertamente su amistad.

J. Frank Dalton era un acaudalado hacendado de Texas, que invirtió fortuna en comunicar los Estados Unidos mediante el ferrocarril. Así amplió su capital aún más, pues el gobierno de su basto país dependía de sus trenes para el transporte de pasajeros y el comercio nacional. Dalton era joven y emprendedor, nunca había estado en el viejo continente y quería probar nuevos mercardos y ampliar su imperio económico más allá del charco. Por ello se encontraba en Londres, donde gracias a su nuevo amigo Lord Wellington había accedido a nobles y políticos de renombre con los que hacer negocios. El viejo Wellington le ofreció un trato:

Mi apellido te abrirá puertas, buen amigo... pero todo tiene un precio. 
Usted dirá mi Lord. 
- Únete a mi familia, como mi hijo político. Con tu dinero y mis influencias no habrá quien pueda frenar nuestro éxito. 

Y así fue como en menos de un mes Elisabeth Wellington se vio comprometida con el multimillonario J. Frank Dalton. Él había tenido un reciente tropiezo sentimental y la joven Wellinton era hermosa y de buena familia ¿Por qué no? Si de todas formas el matrimonio era solo otra transacción de negocios.

Todas las partes estaban de acuerdo, cada quien obtenía lo que necesitaba: dinero, libertad, poder, influencias... el matrimonio con Dalton era lo mejor que le pasaba a la familia Wellington en mucho tiempo.

...



Así que aquellas navidades no solo se celebraba el nacimiento de Jesucristo Salvador en la residencia Wellington, sino algo mucho más importante para todos sus miembros... la llegada de más dinero con el matrimonio concertado con el caballero americano. Así que todos en la casa estaban ultimando preparativos para la noche del 31, pues se planeaba celebrar una gran fiesta para recibir la entrada del año nuevo e invitar a la alta sociedad, así como a la selecta y adinerada clase media. En dicha fiesta Lord Wellington aprovecharía para presentar a los invitados a su recién estrenado yerno, el verdadero motivo de aquella multitudinaria reunión. 

Mr. Jules

Se contrató personal de servicio de más, numerosos camareros y doncellas que correteaban de arriba a abajo durante el último día del año y todos bajo las órdenes del siempre fiel mayordomo: Mr Jules.

Él vivía en la mansión de los Wellinton desde siempre, pues siendo el Lord un niño ya estaba ahí Mr Jules supervisando, organizando y vigilando el perfecto funcionamiento de la casa. Era la única persona en la que Lord Wellington confiaba ciegamente y por ello cuando el mayordomo insinuó que el robo en la gran casa fue obra de la desaparecida institutriz francesa, nadie puso en duda la palabra de aquel fiel hombre. Pero Mr. Jules estaba siempre vigilante y conocía los secretos, idas y venidas de todos los que dormían bajo aquel techo... ¿no era muy sospechoso que no pillara in fraganti a la ladrona? Tal vez el mayordomo tenga algo que ocultar.
Marianne Coeur
-La Institutriz Niñera-

Marianne Coeur era la institutriz francesa que contrató Lady Coraline para instruir a Elisabeth en música y francés. Durante más de seis años vivió bajo el techo de la familia y enseñó a la joven Wellington como comportarse con educación, hablar y escribir en francés además de tocar el piano con maestría. 

Pero un día la institutriz anunció que su único familiar vivo, su hermano Dominique, estaba gravemente enfermo de tisis y que agonizante reclamaba la presencia de su hermana en Estados Unidos. Por eso a nadie le sorprendió que Marianne desapareciera en pocos días de la noche a la mañana... hasta que echaron de menos las joyas y el dinero.

Thomas Wellington se alegró desmesuradamente de que la institutriz se fuera para siempre, pues en los últimos meses mantuvo una relación sentimental clandestina con la francesa. Y como la muchacha parecía estar encariñándose demasiado, él decidió cortar por lo sano antes de que ella aspirase a "algo más" de lo que estaba dispuesto a ofrecer.

Todos dieron por seguro que fue la institutriz quien huyó hace seis meses con la escasa fortuna de los Wellington, como intensamente afirmó el huraño Mr. Jules. A pesar de que todos sabían que la joven francesa iba a marcharse a cuidar a su enfermo hermano en sus últimos momentos con vida, nadie insistió en investigar más el tema hasta el momento.

Pero la noche del 31 de diciembre por fin llegó, todo estaba perfectamente organizado para recibir el nuevo año. Lord y Lady Wellington orgullosos presentaron en sociedad a su yerno J. Frank Dalton y todo eran risas y festejos aquella noche. Entre tanto alboroto e ir y venir de criados e invitados, nadie se percató de la presencia de Marianne oculta entre el gentío.

Dr. Marchant y Madamme Valerie

Uno de los invitados de honor fueron el Doctor Marchant y su esposa Madamme Valerie. El exitoso médico francés tenia muchos contactos e influencias entre la nobleza y los altos cargos políticos de la ciudad. Su buena mano con los enfermos, su carisma personal y su alto porcentaje de éxito en la cura de sus pacientes le habían asegurado en los últimos años una considerable fortuna, no era de extrañar que estuviera en aquella fiesta llevando del brazo a su elegante y derrochadora esposa. ¿Pero que relación lo unía a Lord Wellington?

La pareja llevaban pocos años casados y en este último año habían tenido a su primogénito: Jean-Pierre, un bebé de insuperable belleza y buena salud... tal y como era de esperar en la familia de tan primoroso médico. Pero el bebé no podía asistir a eventos sociales de esas características y por ello, desde hacía pocas semanas, Madamme Marchant contrató a una niñera para que se dedicara al cuidado y educación de su retoño. Al parecer una vieja amiga  francesa que también vivía actualmente en Londres.

Pero a pesar del poco tiempo que llevaba trabajando a su servicio, Madamme Valerie no estaba muy contenta con su empleada. A la niñera se le conocía por sus múltiples conquistas amorosas y Valerie ya había notado más de un acercamiento entre la joven y su marido. La niñera tenía los días de trabajo en su casa... contados.

Esa noche en la fiesta todos recibieron la entrada del año nuevo con buenos propositos, deseos y alegría... pero todo cambió en el momento en el que un invitado anónimo halló en el recibidor de la mansión de los Wellington el cadáver de una mujer. 

Se desató el caos. 

Gritos, llantos, damas desmayadas. Muchos invitados curiosos fueron a ver de quien se trataba. Sin duda esta noticia sería primera página en los periódicos de todo el país a la mañana siguiente. Todos querían saber de quien se trataba. ¿Quién era esa mujer y quién la había matado?


Marianne Coeur
...ASESINADA...

La amante... se susurró. 
La institutriz de los Wellington se confirmó.  
La ladrona de las joyas que a Estados Unidos huyó.
La niñera contratada por Madamme Valerie alguno que otro también así la identificó.

Mi hermana.
El Dr. Dominique Marchant sentenció.










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